> HISTORIA Y GEOGRAFIA NIVEL MEDIO: ATENAS CLASICA

Bienvenidos!

¡Bienvenidos!

Este blog es un espacio diseñado para los alumnos del nivel medio. Aquí encontrarán programas, contenidos y actividades de la asignatura Historia y Geografía. También podrán acceder a distintos recursos, diarios, películas, videos, textos, música y otros que contextualizan los temas desarrollados en clase.

Prof. Federico Cantó

Mostrando entradas con la etiqueta ATENAS CLASICA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ATENAS CLASICA. Mostrar todas las entradas

martes, 11 de febrero de 2014

PERICLES, Por Indro Montanelli


PERICLES

En el libro Historia de los Griegos de Indro Montanelli

La mayor fortuna que puede tenerse en este mundo es nacer en el momento oportuno. Muy probablemente cada generación tiene sus Césares, sus Augustos, sus Napoleones y sus Washington. Pero si les toca actuar en una sociedad que no les acepta por demasiado acerba o demasiado marchita, acaban, habitualmente, en vez de en el poder, en la horca o en la oscuridad.

Pericles fue uno de los pocos venturosos. Tuvo de su parte tantas y tan felices circunstancias, se encontró dotado de cualidades que tan bien respondían a las necesidades de su tiempo, que la Historia —que siempre se inclina ante la suerte— ha terminado por dar su nombre al más glorioso y floreciente período de la vida ateniense. La Edad de Pericles es la Edad de Oro de Atenas.

Era hijo de Jantipo, un oficial de marina que en Salamina conquistó los galones de almirante y mandó la ilota en la victoriosa batalla de Micala; y de Agarista, sobrina segunda de Clístenes. Era, pues, un aristócrata, pero ligado ideológicamente al partido demócrata: el de más seguro porvenir. Alga debía designarle desde niño a una posición de primer plano, porque desde entonces se hizo circular sobre su origen una leyenda que ponía en causa la sobrenatural. Decíase que Agarista, poco antes de traerle al mundo, había sido visitada en sueños por un león. En realidad, el pequeño Pericles no mostró mucha semejanza con el león. Era más bien delicado y débil, con una curiosa cabeza en forma de pera, que después se tornó en blanco de las malas lenguas y de los chansonniers de Atenas, que la hicieron objeto de infinitas burlas. Pero su familia le dio desde el principio una educación de príncipe heredero, y él la aprovechó con mucha inteligencia. Historia, economía, literatura y estrategia eran su yantar cotidiano. Se lo proporcionaban los más insignes maestros de Atenas, entre los cuales destacaba Anaxágoras, al cual el discípulo siguió después mostrando profundo afecto. De chico, Pericles debió de ser prematuramente serio, precozmente imbuido de su propia importancia y con destacadas características de «primero de la clase », bien impopular entre sus coetáneos. Porque desde el primer momento que entró en la política —y entró muy pronto— no cometió ninguno de esos errores en los que habitualmente caen, por atolondramiento, los debutantes. Lo prueba el sobrenombre de Olímpico que en seguida le atribuyeron y que usaron también sus adversarios, aun cuando fuese con un asomo de ironía. Había verdaderamente en él algo que parecía provenir de lo alto. Tal vez era su modo de hablar que suscitaba esa impresión. Pericles no era un orador fecundo, enamorado de su propia palabra, como Cicerón o Demóstenes. Raramente pronunciaba discursos; cuando lo hacía era brevemente, y se escuchaba, eso sí, mas para controlarse, no para embriagarse. Tenía la lógica geométrica de la estatuaria y de la arquitectura de aquel período. En su fuero interno, no existían pasiones. Había solamente hechos, datos, cifras y silogismos.

Pericles era un hombre honesto, pero no a lo Arístides que de la honestidad había querido hacer una religión en medio de compatriotas estafadores, que querían ser administrados por un hombre de pro que, sin embargo, les dejase continuar sus latrocinios. Como Giolitti, Pericles fue honesto de sí, y, efectivamente, salió de la política con el mismo patrimonio con el que había entrado; mas para los demás se mostró tolerante. Y fue sobre todo por este buen sentido, creemos, que los atenienses no se cansaron de elegirle para los más altos cargos durante casi cuarenta años seguidos, desde 467 a 428 antes de Jesucristo, y reconocieron a su cargo de strategos autokrator más poderes que cuantos le reconocía la Constitución.

Demócrata auténtico, aunque sin gazmoñería, Pericles no cometió abusos. Para él, el régimen mejor era un liberalismo ilustrado y de progresivo reformismo, que garantizase las conquistas populares dentro del orden y excluyese la vulgaridad y la demagogia. Es el sueño que acarician todos los hombres de Estado sensatos. Pero la suerte de Pericles consistió precisamente en el hecho de que Atenas, después de Pisistrato, Clístenes y Enaltes, estaba en condiciones de poderlo realizar y contaba con la clase dirigente adecuada para hacerlo.

La democracia, sancionada por las leyes, hallaba aún algunas dificultades de aplicación a causa del desequilibrio económico entre clase y clase. Pericles introdujo la «quinta» en el ejército, de modo que el servicio de las armas no acarreara, para los pobres, la ruina de la familia y concedió un pequeño estipendio a los jurados de los tribunales, a fin de que tan delicada función no fuese un monopolio de los ricos. Extendió la ciudadanía a varias categorías de personas que por una razón u otra estaban inhabilitadas para ella, pero impuso, o se dejó imponer, una especie de racismo que prohibía la legitimación de los hijos habidos con un extranjero. Medida absurda, que más tarde él mismo había de pagar.

Su mejor arma política fueron las obras públicas. Podía emprender cuantas quisiera, porque con los mares libres y con una flota como la ateniense, el comercio navegaba a toda vela y el Tesoro rebosaba dinero. Y, por lo demás, todos los grandes estadistas son también grandes constructores. Pero lo que distingue a Pericles de los otros no es tanto el volumen como la perfección técnica y el gusto artístico que quiso imprimir a sus realizaciones. Disponía, desde luego, para llevar a cabo su obra, de hombres ido-neos: maestros como Ictino, Fidias, Mnesicles. Pero fue Pericles quien les llamó a Atenas, seleccionándolos y supervisando los planes. Así, bajo su mandato, fue realizado el amurallamiento que Temístocles proyectaba para aislar, tierra adentro, la ciudad y su puerto. Viendo en él una fortaleza inexpugnable los espartanos mandaron un ejército para destruirla. Pero resistió. Pericles encontró algunas dificultades para convencer a sus conciudadanos de elevar el Partenón, la más grande herencia arquitectónica y escultórica que Grecia nos ha dejado. El presupuesto preveía un gasto de más de diez mil millones de liras. Y los atenienses, por mucho que amasen lo bello no estaban dispuestos a pagar tanto. Es característica de Pericles la estratagema a la que recurrió para convencerles. «Bien —dijo, resignándose—, entonces consentidme que lo construya por mi cuenta, quiero decir que en el frontón, en vez del nombre de Atenas, será inscrito el de Pericles.» Y por envidia y emulación se consiguió lo que la avaricia había impedido. Aunque pasase por frío, y acaso lo fuese, como todos los hombres dominados por la ambición política, también Pericles pagó un día el peaje a la más humana de todas las debilidades —el amor—, y perdió la cabeza por una mujer. La cosa era un poco embarazosa por dos razones; primero, porque ya estaba casado y hasta entonces se había mostrado como el más virtuoso de los maridos; y después, porque aquella de quien se prendó era una forastera de pasado y aspecto más bien discutibles. Aristófanes, la lengua más mordaz de Atenas, decía que Aspasia era una ex cortesana de Mileso, donde había administrado una casa de mala nota. No tenemos elementos para confirmarlo ni para desmentirlo. De todos modos, habíase trasladado a Atenas, donde abrió una escuela no muy diferente de la que Safo fundara en Lesbos. Aspasia no escribía poesías, pero era una intelectual que luchaba por la emancipación de la mujer, quería sustraerla al gineceo y hacerla partícipe de la vida pública, en paridad de derechos con el hombre. Son cosas que hoy nos dejan indiferentes, pero que entonces parecían revolucionarias. Aspasia ejerció un gran influjo sobre las costumbres atenienses creando aquel prototipo de «hetaira» que después volvióse corriente en la ciudad. No sé sabe si era bella. Sus ensalzadores nos hablan de su «voz argentina », de sus «cabellos de oro», de su «pie arqueado»: detalles que pueden ser también los de una mujer fea. Pero fascinante debía de serlo, pues todos están concordes en loar su conversación y sus maneras. Alguno dice que, cuando Pericles la conoció, era amante de Sócrates, quien, poco apegado a las mujeres, se la cedió gustoso y siguió siendo su amigo. Ciertamente, su salón era frecuentado por el mejor ambiente de Atenas. Acudían a él Eurípides, Alcibíades, Fidias. Y sabía entretenerles tan bien, que Sócrates reconoció, tal vez exagerando un poco, haber aprendido de ella el arte de argumentar.

Fueron sin duda esas cualidades intelectuales, más que las físicas, las que sedujeron al Olímpico, que esta vez no resistió a la tentación de descender a tierra y comportarse como cualquier mortal. Parece ser que, por conveniencia, se decidió en aquel momento a darse cuenta de que su mujer era poco menos virtuosa que él. En vez de reprenderla, le ofreció muy gentilmente el divorcio, que ella aceptó. Y se dirigió a casa de Aspasia quien, convertida así en la «primera dama de Atenas», abrió otro salón y entre conversación y conversación hasta le dio un hijo. Pero, ¡ay!, Pericles era el autor de la ley que prohibía la legitimación y la extensión de la ciudadanía a los frutos de la unión con extranjeros. Ahora era la víctima y lo fue con dignidad.

Parece ser que Aspasia le hizo feliz, pero políticamente no le trajo fortuna. Progresistas en el Parlamento, los atenienses eran conservadores en familia y no quedaron edificados por el ejemplo de aquel autokratnr que trataba a la concubina de igual a igual, le besaba la mano y la hacía plenamente partícipe de su vida y de sus preocupaciones. Apartándose aún más comenzó a perder contacto con la masa del pueblo, que le acusó de esnobismo y le tomó ojeriza. Siguieron, sin embargo, dándole sus votos durante muchos años y confirmándole en su puesto de supremo rector y guía. Pericles cayó, puede decirse, junto con Atenas, o sea cuando el ocaso de la primacía que él mismo había dado a su ciudad con una hábil política interior y exterior.

Esa primacía de Atenas, luminosa y rápida como un meteoro, se confunde con la de Grecia, cuya civilización alcanzó el florecimiento y la consumación en el espacio de poco más de tres generaciones. Pericles tuvo el privilegio de asistir a casi toda aquella extraordinaria parábola y de darle su nombre. Aun cuando finalizara melancólicamente en la ingratitud y la catástrofe, su suerte fue una de las más afortunadas que jamás se haya deparado a un hombre.

sábado, 26 de mayo de 2012

ATENAS CLÁSICA

Ver anterior: Grecia clásica: Guerras Médicas

Atenas

Atenas estaba ubicada en la Península de Ática, próxima al mar, el comercio marítimo fue su principal actividad económica. Por causa de las guerras médicas se convirtió en la principal polis durante el siglo V a. C. ya que organizaba  y controlaba una alianza de casi doscientas polis griegas. Esta alianza, conocida como la liga de Delos, se formó con el objetivo de recaudar dinero y hombres para defenderse del peligro persa.


Al igual que las sociedades del mediterráneo su economía se basaba en el esclavismo. A continuación vamos a conocer algunas características de esta polis, les propongo que lean los siguientes textos que nos van a ayudar a comprender como era la vida en esta sociedad.


Ser esclavo en Atenas

Licio era un hombre joven que se había convertido en esclavo luego de perder sus cosechas por culpa de una plaga que atacó su campo. Era costumbre de su tierra, en Asia, que los hombres que no podían afrontar sus deudas pagaran con su libertad. A él lo compró un rico terrateniente griego llamado Anaxímeres, en el mercado de la ciudad de Atenas.

Anaxímeres, que vivía en una bella mansión de esa ciudad, se dedicaba, junto con otros terratenientes, al gobierno de Atenas. Pero su riqueza provenía de las aceitunas, los aceites y los vinos que se producían en sus campos, que estaban en los alrededores de la ciudad. Allí fue llevado el esclavo Licio para trabajar en los olivares.

Cuando Licio llegó a la finca descubrió que no había ríos a la vista, como era común en su tierra, y que apenas se divisaban algunas pequeñas parcelas cultivadas en los valles. El clima era muy caluroso y seco, pero corría una brisa fresca que le recordó que estaba cerca del mar. En el campo había varias personas trabajando en los olivares. Los hombres tenían aspecto de estar muy cansados y tristes. Entonces se acercó otro hombre con una vara en la mano y, de muy mala manera, le dijo que se incorporara a la cuadrilla de esclavos. Licio, que no estaba acostumbrado a la esclavitud y conocía el idioma de los griegos, le preguntó al hombre de la vara por qué había tantos esclavos en el campo.

–Porque sin esclavos no se puede trabajar la tierra –respondió el hombre sorprendido por la pregunta–. Aquí, los terratenientes no quieren saber nada de trabajar la tierra y por eso compran esclavos. Y ya no preguntes más. ¡A trabajar! –gritó amenazadoramente.
Pero Licio insistió con otra pregunta: –¿Usted es el dueño de estos hombres? ¿Usted es quien me compró?
–No, que va, yo también soy esclavo –dijo el hombre de la vara un poco apenado–, pero como sé hablar griego me pusieron de capataz, y si tenés suerte puede que te ocurra lo mismo, porque te defendés bastante bien con el idioma. En cambio, estos son como animales que no reconocen el idioma de sus amos. Y pegó con la vara al aire para asustar a los otros.Recién en ese momento, Licio reparó en que todos los esclavos eran extranjeros como él y el capataz, y que la mayoría desconocía el griego, que era el idioma de los amos.

Licio terminó su día de trabajo con la puesta del sol y, de camino a las barracas donde dormían los esclavos, vio a otros hombres trabajando en un huerto. Se acercó al capataz para preguntarle si esos también eran esclavos.
–No, son campesinos pobres, son griegos y libres. ¡Bah! Libres es una forma de decir, porque en realidad son tan pobres como nosotros y también tienen que trabajar para los terratenientes. Y ya no te acerques para hacerme preguntas, porque vas a meterme en problemas.
Licio le pidió disculpas y se quedó pensando en esos campesinos, porque vivían mucho mejor que él. Aunque tuviesen que trabajar para los terratenientes, eran dueños de sí mismos, nadie podía comprarlos ni venderlos. Tenían algo maravilloso que él había perdido: la libertad.

Extraído de Cuaderno de Trabajo N.°1, obra citada.


ACTIVIDAD N°25: Lee el texto y respondé las siguientes preguntas.

a.     ¿De  dónde provenía Licio?
b.    ¿Por qué se convirtió en esclavo?
c.     ¿A qué se dedicaba su patrón?
d.    ¿Qué le llamó la atención del paisaje que rodeaba la finca donde iba a trabajar? ¿Por qué?
e.    ¿Qué grupos sociales aparecen en el relato? ¿Qué actividades realizaban?
f.      El relato menciona a los esclavos extranjeros y a los campesinos griegos: ¿qué los diferenciaba?